La vuelta de las viejas glorias de la lucha

Últimamente hablo demasiado de videojuegos, pero debe ser porque juego bastante, así que no nos vamos a quejar. No esperéis una disertación sobre lo bueno y lo malo de este género y del juego que lo está petando últimamente: Dragon Ball Fighter Z (DBFZ) porque no lo va a ser, solo quiero divagar un poco sobre los juegos de lucha.



Recuerdo con cariño la época en la que, con infinitamente más tiempo libre que el que tengo ahora (y vuelvo a decir que no puedo quejarme demasiado al respecto), solíamos quedar con bastante frecuencia y darnos unas buenas viciadas a los videojuegos a los que estábamos enganchados en los últimos tiempos. Daba igual si era alguno de carreras, deportes, rpg, o lo que fuera, la cuestión era quedar y viciar sin más. La consola funcionaba como nexo de unión, como nexo de caminos para todos los colegas, que nos poníamos alrededor de la play o de la N64 y nos dábamos tremendas viciadas a juegos que tenían más pixeles y movimientos bruscos que otra cosa.

Era entonces cuando intentabas cosas estúpidas, seguro que todos asentís con la cabeza y exponéis la vuestra, como intentar pasarte el Resident Evil de turno sin utilizar ni un spray y sin guardar, o torneos de lucha multitudinarios que se resolvían con un golpe estúpido. Las horas volaban jugando a videojuegos de cualquier tipo, pero para mí siempre tuvo un especial lugar en estas quedadas los juegos de lucha. He vuelto a jugar a este tipo de juegos hace poco con el DBFZ (ya os hablaré de él cuando le haya dado alguna hora más de juego) y una extraña sensación recorrió mi cuerpo al coger el mando y dar los primeros golpes.

Se llama nostalgia.

Pero la nostalgia no es siempre mala, en este caso hizo que con todos los colegas que he ido viendo desde que lo tengo, incluso con algunos que no he cruzado golpes en más de una década, se les iluminara el rostro al apretar un par de botones. Resoplidos y un par de peleas después vi que sí, que ellos tenían el mismo sentimiento que yo: «Uf, buena mierda».

Faltó eso y un par de colegas dispuestos (tres en concreto) para que la chispa de la nostalgia se convirtiera en nuevos recuerdos que almacenar y en una promesa de futuras veladas. Mirad, cuando el reloj corre de forma absurda saltándose horas sin parar es que algo bueno acaba de pasar (o que has perdido la conciencia, tranquilo/a, pasa en las mejores familias) y eso ocurrió cuando quedamos para darnos de tortas en el DBFZ. Me lo paso muy bien jugando solo y contra gente muy buena en el modo online, pero la chispa de tener a tu rival al lado es difícil de superar. No dudéis en probarlo si no lo habéis hecho ya... si no lo habéis hecho ya no sabéis lo que os perdéis.



Sí, es una disertación muy abuelocebolletil, pero me apetece resaltar las bondades de una velada de viciada videojueguil frente a la inmediatez del modo online de cualquier juego que se precie. Hay espacio y momento para todo, yo juego online la mayoría del tiempo, ya sea porque directamente el juego no tiene modo offline o porque me apetece; no desprecio las bondades de esta forma de jugar, pero los viciados que le damos a cualquier tipo de juego de forma presencial (juegos de mesa, miniaturas, rol, etc.) entendemos las bondades de poder verle la cara a tu colega aunque lo que esté diciendo sea una tontería.

Yo desde luego voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que esas veladas se repitan el tiempo que sea posible. Llegará el momento en el que ciertas cargas lo harán improbable, así que disfrutemos del momento.



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